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«El Elogio Exaltado de la Tierra» por J.B. Lamarche (1937)

333 palabras

Tierra de mi entraña,
que es mi propia tierra,
yo te llevo dentro de la veta huraña
que mi vida encierra.

Tus feracidades
son en mis saudades
manantial profundo
de infinito anhelo
y la savia eterna de tu amor fecundo
bebo en la azulada copa de tu cielo.

Como a mar y a viento
late en ti la onda de mi pensamiento
y a salitre y yodo, mi ansiedad ignota,
tiende como un ala blanca de gaviota,
bajo tu poniente, fúlgido y sangriento.

Gusta en la idealista
visión de tus campos,
que el sol dora y brufie con ardientes lampos,
mi alma, tu esotérica gloria panteísta.
¡Tú me has hecho artista!
Con el dulce encanto
de tu ritmo de oro, de tu azul paleta,
me infundiste el hondo temblor de mi canto
y, como en un génesis, floreció el poeta.

Vino de tu sangre libo en tus rosales,
pan de tus cosechas me dan tus espigas,
tiéndenme tus árboles sus manos amigas
y a cantar me enseñan tus cañaverales.

Tierra de aluviones,
tierra de caminos,
te amasó con lágrimas fuego de pasiones
y las epopeyas forjan tus destinos.

Tú que viste, en horas jamás olvidadas,
sobre el mar hincharse las heroicas velas
y flotar pendones y brillar espadas,
sobre el frágil lomo de las carabelas,
sientes las nostalgias de un ayer perdido,
y en evocaciones, turbias de añoranzas
te asaltan recuerdos de viejas andanzas,
desde el tenebroso fondo del olvido.

Carne de mi tierra,
me dió su amasijo
la perenne savia que tu vida encierra,
como incienso puro de inmortal fragancia,
para, en transmutada carne de mi hijo,
darle en sangre y nervios tu propia sustancia.

Tal tu perpetuante
virtud, tierra santa,
la que brota en cáliz de tu luz radiante,
la que en las entrañas de mi verso canta.

Tú serás imagen del futuro incierto
cuando se deshaga, como a son de brisa,
lo que en mí de humano yazga al tiempo, muerto,
¡y en tu ardor de soles quema mi ceniza!

Guanito Banílejo, Cerro Gordo, Baní, R.D.